Vaigash -¿Cuántas Relaciones Te Costó Tu Éxito?
- Jack Levy
- 30 dic 2024
- 6 Min. de lectura
Por Jack Levy
El Costo del Liderazgo
AYEKA. ¿Dónde estás? Pero, de verdad, ¿dónde estás? No quiero escuchar tu currículum ni que me cuentes cuánto ganas o cuántos empresas o emprendimientos tienes. Esos números no me importan.

Quiero saber algo mucho más incómodo: ¿A quién traicionaste para llegar ahí? ¿Cuántas veces reventaste a alguien para construir tu imperio? ¿Cuántos "te quiero" ignoraste mientras estabas demasiado ocupado "haciendo lo necesario"? Vamos, sé honesto. ¿Cuántas relaciones perdiste en tu camino hacia el éxito? ¿Fue un Matrimonio? ¿Un hermano? ¿Una amiga?
Tal vez te contaste que no tuviste opción. Que "el fin justifica los medios." Tal vez incluso crees que los demás debían entender tu sacrificio. Pero, Tal ves ¿Sigues sintiendo ese vacío que no puedes llenar ni con más logros ni con más aplausos?
La Perashá Vayigash nos enfrenta a dos caminos: Yosef y Yehudá. Yosef, el administrador que nunca usa a nadie como escalón para ascender, y Yehudá, el hombre que se convierte en líder solo después de confrontar sus errores más oscuros. Ambos nos enseñan algo brutalmente necesario: liderar no es una cuestión de títulos ni de éxito externo, sino de cómo sanas las grietas que tú mismo dejaste en el camino.
Hoy, en Rosh Jodesh, en el inicio de un nuevo mes, y con la luz de las 36 velas de Janucá aún iluminando nuestra alma, estas lecciones son más urgentes que nunca. Porque cada luz que encendemos es un recordatorio: no se trata de cuánta claridad aportas al mundo externo, sino de cuántas sombras internas estás dispuesto a enfrentar. Rosh Jodesh no es solo una fecha. Es una invitación a reinventarte, a reparar lo roto. Entonces, va de nuevo: AYEKA, ¿dónde estás?
Un Encuentro que Cambia Todo
Imagina la tensión. Pero no te quedes como espectador; siéntela como si tú estuvieras ahí. Yehudá avanza, cada paso cargado con el peso de decisiones que lo han marcado para siempre. Pero hoy no es el mismo hombre que vendió a Yosef como esclavo. No esta vez. Hoy su voz no tiembla, porque está hablando desde un lugar crudo, desgarrador, auténtico. "Tómame a mí en lugar de Benjamín". No es solo un sacrificio; es un grito desde el alma, un grito visceral de alguien que ha decidido enfrentarse a su sombra, a todo lo que ha sido y a lo que ha perdido.

Yosef lo observa. Lo ha observado todo este tiempo, ocultando su identidad tras una fachada impenetrable, cargando su dolor como un escudo. Pero esas palabras, ese grito de Yehudá, lo rompen. En un instante, años de silencio y sufrimiento reprimido se desmoronan. Sus lágrimas no son simples lágrimas; son como un río desbordado que arrasa todo a su paso. Entonces, con un trueno que sacude la sala, lo dice: "¡Soy Yosef! ¿Vive aún mi padre?" Pero no te equivoques. Esta no es solo una pregunta sobre la salud física de su padre. Es una súplica.
Es una pregunta cargada de anhelo, de desesperación contenida. Yosef no está preguntando por el estado de su padre; está preguntando si aún queda un puente emocional intacto entre ellos. ¿Aún queda algo que podamos salvar? ¿Aún hay amor? ¿Aún hay perdón? ¿O los años de silencio, traición y separación lo han destruido todo?
Esa pregunta no es solo suya. Es tuya. ¿Cuántas veces te has preguntado si las relaciones que diste por muertas pueden ser restauradas? ¿Cuántas veces te has quedado paralizado por el orgullo, el miedo o la culpa, dejando que lo que más importa se marchite y muera? No te escondas tras excusas. No digas que "no era el momento" o que "el otro debía entender". Mira el espejo que Yosef y Yehudá te ponen frente a frente. La verdadera pregunta es: ¿Estás listo para enfrentarte a ti mismo y reparar lo que rompiste?
Yosef: Liderar desde el Dolor

Yosef no pisoteó a nadie para llegar a la cima. Cada paso que dio estuvo marcado por una presencia divina: “Dios estaba con Yosef.” Pero ese éxito no es casualidad. Es fruto de su capacidad para transformar el dolor en propósito. Yosef tomó todo lo que le hicieron y, en lugar de convertirse en víctima, se convirtió en una fuente de bendición. Eso, amigo mío, no es suerte. Es una elección.
¿Te has encontrado alguna vez con alguien que simplemente irradia luz? Esa era la esencia de Yosef. Pero aquí está la lección: no se trataba de lo que hacía por fuera, sino de lo que había trabajado por dentro. Él entendió algo que muchos ignoran: puedes ganar el mundo entero, pero si pierdes tu núcleo, si pierdes tu esencia, no has ganado nada. Entonces, déjame preguntarte: ¿Qué tan en paz estás con tus propias grietas? Porque si no puedes enfrentarte a ellas, si no puedes abrazar tus heridas, nunca irradiarás esa luz.
El Toro y el Poder: Administrar sin Consumir

El toro, símbolo de Yosef, representa fuerza, poder y producción. Pero cuidado: el poder mal administrado destruye. Destruye a los demás y, eventualmente, te destruye a ti mismo. Yosef, como “Tzafenat Paneaj” en lo público y Yosef en lo privado, supo equilibrar. Entendió que la fuerza sin control es solo caos. Canalizó su poder hacia la construcción, no hacia la destrucción. Por eso su liderazgo trascendió.
En la Kabbalah, Yosef está asociado con Yesod, la sefira que conecta la energía espiritual con la acción física. Nos enseña que el liderazgo no es acumular poder, sino dirigirlo hacia algo significativo. Así que te lo pregunto: ¿Qué haces con tu fuerza? ¿Estás construyendo algo real o solo estás aplastando todo a tu paso porque puedes?

La Revelación que Cura
Yosef podría haberse revelado a sus hermanos desde el principio, pero no lo hizo. Esperó. ¿Por qué? Porque sabía que las palabras no bastan si no hay un cambio real. Necesitaba ver que ellos habían cambiado, que ya no eran los mismos que lo vendieron. Y cuando Yehudá mostró que estaba dispuesto a sacrificarse, Yosef lloró. Pero no fue un llanto cualquiera. Fue un llanto que liberó años de resentimiento, de culpa, de dolor.
Ahora, dime: ¿Cuándo fue la última vez que te permitiste llorar así? ¿Qué emociones sigues reprimiendo por miedo a lo que puedan desatar? Ese llanto no es debilidad. Es fuerza. Es el inicio de la sanación. Así que no lo evites. Si tienes que romperte, hazlo. Solo desde las grietas puede entrar la luz.
Yehudá: Redimir desde el Fracaso
Yehudá significa agradecimiento, pero no un agradecimiento superficial. El agradecimiento real llega cuando te miras al espejo y aceptas que te equivocaste. Yehudá tuvo que enfrentarse a sus errores: desde Tamar hasta Benjamín, cada uno de ellos le gritaba en la cara que había fallado. Pero aquí está lo dificil y hermoso de la vida: no hay Geula, redención sin aceptar que te equivocaste. En nuestras vidas, evitamos estas dos palabras como si fueran veneno: “Perdón” y “Gracias.” ¿Por qué? Porque nos desnudan, como a Yosef cuando le arrancaron su túnica, dejándolo expuesto, vulnerable, sin más protección que su esencia. Pero también, como la capa de Yehudá entregada a Tamar, revelan nuestras fallas y verdades más profundas. Y es que la vulnerabilidad duele, quema, pero también sana. Si no puedes enfrentarte a esa desnudez, si no puedes pedir perdón ni dar las gracias, sigues atrapado en el mismo loop de siempre, escondido tras una capa que tarde o temprano caerá.

El Precio de la Integridad
Cuando Yehudá dice: "Llévame a mí como esclavo en lugar de Benjamín," no está jugando al héroe. No es un acto de película. Es alguien que entendió que sus errores tienen un precio. Y, ¡duele! Claro que duele. La integridad no es gratis; es cara. Pero también es la única manera de mirar al mundo sin esconderte. Así que pregúntate: ¿Estás dispuesto a pagar ese precio? Porque si no, no estás viviendo; estás escapando. Y el escape siempre te cobra más caro al final.
Una Luz que Ilumina el Camino
AYEKA. ¿Dónde estás? Esa pregunta que Dios le hizo a Adán sigue resonando. La palabra Ayeka tiene un valor numérico en guematria de 36, el mismo número de velas que encendemos en Janucá. ¿Coincidencia? No lo creo. Es un recordatorio de que cada luz que encendemos no solo ilumina lo externo, sino que nos invita a enfrentar lo interno.
Hoy, en Rosh Jodesh, te pregunto de nuevo: ¿Cómo llegaste hasta aquí? ¿Cuántas vidas tocaste, cuántas relaciones dejaste atrás? ¿Qué excusas te has contado para justificar tus heridas? ¿Qué vacío sigues intentando llenar con logros y títulos?

El éxito verdadero no es cuánto lograste, sino cuántas relaciones preservaste y reparaste. ¿A quién necesitas mirar a los ojos y pedir perdón? ¿A quién necesitas agradecer por haberte sostenido cuando tú pensabas que lo hacías solo?
Deja de correr. Mira tu sombra. Mírate al espejo. Porque solo desde ahí, desde esa honestidad brutal, podrás reconstruir lo que rompiste. Esa es la verdadera luz de Janucá y la renovación de Rosh Jodesh: no acumular más, sino reparar lo que importa.
Ve y sé esa luz, levanta lo que derrumbaste. Repara lo que importa. Mira hacia tu reflejo y pregúntate con toda honestidad: Si todo terminara hoy, ¿te atreverías a llamarte íntegro?
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