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Miketz y Janucá: De Yavan a Tzion

Actualizado: 31 dic 2024

Por Jack Levy

 

¿Te has dejado deslumbrar por algo que parecía perfecto? Como la típica modelo de Instagram: la pareja ideal, risas, brindis, flores… pero luego los ves en un café, cada uno pegado a su celular, como si fueran completos desconocidos. O esos coches llenos de pantallas y gadgets que gritan "¡mírame!", manejados por el mismo tipo que tronaba botellas de champán para esconder sus inseguridades. Nos encanta tragarnos el cuento. Amamos lo brillante, lo que promete más de lo que puede dar. Y lo gracioso es que no solo pasa afuera. Tú también lo haces, yo también. Subimos nuestras mejores fotos, mostramos la versión editada de nosotros mismos, mientras por dentro sabemos que muchas veces hay ruido, vacío y partes que no queremos ni tocar. ¿A quién queremos engañar?


Es tan fácil caer en la trampa, ¿no? Lo brillante siempre llama. Lo vemos, lo queremos. ¿Quién no quiere ser el centro de atención, aunque sea por un segundo? Pero lo que deslumbra no siempre calienta, y lo que parece sólido a veces es puro humo. Vivimos en una época que idolatra lo que se ve, lo que se mide, lo que se puede presumir. Likes, followers, lujos. Pero, ¿y lo que no se ve? ¿Lo que está enterrado debajo de todo ese brillo? Nadie habla de eso.

Y no es algo nuevo, para nada. Esta lucha entre lo externo y lo interno lleva siglos marcando civilizaciones, culturas, personas. Elegir entre lo que deslumbra y lo que ilumina de verdad es una batalla que todos peleamos. Tú, yo, todos. ¿Cuántas veces has elegido lo bonito, aunque por dentro supieras que no te llena? ¿Cuántas veces te has quedado atrapado en esa luz fría que no deja huella, que no toca nada real?

Hoy vamos a hablar de esa pelea. Porque esa lucha no solo define las decisiones que tomamos, también nos define a nosotros. ¿Qué es lo que decides mostrar? ¿Qué dejas brillar y qué escondes bajo capas de miedo y apariencias? Y, sobre todo, ¿qué necesitas para encontrar una luz que no solo brille, sino que te transforme?


La historia de Yosef en la Perashá Miketz es como un thriller que no deja de girar. Lo encuentras en prisión, olvidado, traicionado por su propia sangre, y podrías pensar que ahí termina todo. Pero no. Yosef no se queda en el suelo. Ese mismo joven que fue vendido como un simple esclavo, el que perdió todo lo que tenía, termina convirtiéndose en el hombre más poderoso de Egipto, justo detrás del faraón.

Todo cambia con un sueño. No el suyo, sino el del faraón, un sueño que nadie puede interpretar. Ahí es cuando Yosef entra en escena, no como un esclavo más, sino como alguien que conecta las piezas que los demás no pueden ver. No solo descifra el sueño, sino que ofrece una estrategia para salvar a Egipto de la hambruna. Yosef no adivina; él ve lo que nadie más ve. Toma señales que otros ignoran y las convierte en acción, transformando su dolor en propósito.

Pero esta historia no es solo sobre Yosef. Es sobre sueños que parecen imposibles, traiciones que te rompen, y la redención que llega cuando decides levantarte de nuevo. Yosef no llegó al poder porque alguien le abrió las puertas. No. Él las rompió. No con fuerza, sino con visión. Con la capacidad de ver más allá de la tragedia, más allá de lo obvio, y usar lo que otros habrían dejado pasar para crear algo mucho más grande.


YAVAN: La ilusión del brillo

YAVAN (יָוָן) es una palabra que, a primera vista, parece impecable. Tres letras hebreas —Yod (י), Vav (ו) y Nun final (ן)— que trazan líneas perfectas hacia abajo. Es estético, es simétrico… pero todo desciende. No hay conexión, no hay profundidad. Es la representación gráfica de lo superficial: algo que brilla, pero que no eleva.


Grecia, la cultura que YAVAN encarna, vivía para lo que se ve. Cuerpos esculpidos, columnas que desafiaban el tiempo, obras de arte que buscaban capturar la forma perfecta. Pero en esa obsesión por lo externo, se olvidaron de lo interno. En su búsqueda de la belleza, los griegos perfeccionaron la luz que deslumbra, pero olvidaron la luz que calienta. Según la Kabbalah, este es el peligro de Hod sin Netzaj: un esplendor vacío, desequilibrado, sin propósito ni raíz.

Y aquí es donde la halajá nos da una lección inesperada. Cuando las circunstancias son extremas, se permite encender las velas de Janucá con un foco incandescente, pero no con una LED. ¿Por qué? Porque la luz incandescente, aunque menos eficiente, calienta. Se siente. Conecta. El LED, en cambio, brilla intensamente pero es frío, distante, incapaz de tocar el alma. YAVAN es esa luz LED: bonita para la vista, pero incapaz de transformar.


Incluso el Talmud, en Masejet Meguilá 8b, nos plantea un dilema curioso. El único idioma permitido, además del hebreo, para escribir un Sefer Torá es el griego. ¿Por qué dar espacio a un idioma que representa lo superficial? La respuesta está en la naturaleza de YAVAN como Or Makif, una luz circundante. Grecia podía adornar lo sagrado desde fuera, pero nunca penetrar en su esencia. Era un marco decorativo, bonito a simple vista, pero vacío en el centro.

Y ese es el verdadero desafío de YAVAN: seduce. Con su perfección, con su simetría, con su luz que parece llenar todo. Pero basta mirar más de cerca para darse cuenta de que no calienta, que no transforma. Y seamos honestos: esta lucha no es solo histórica. Todos llevamos un poco de YAVAN dentro. Cada vez que elegimos lo que deslumbra sobre lo que importa. Cada vez que brillamos para los demás, pero no conectamos con lo que realmente somos.


TZION: La Tzadik que transforma


La diferencia entre YAVAN (יָוָן) y TZION (צִיּוֹן) parece simple: una sola letra. Pero esa letra lo cambia todo. La Tzadik (צ) no es un mero detalle gráfico; es el núcleo de lo que separa el brillo vacío de la profundidad real. La Tzadik representa Yesod, el fundamento que conecta lo externo con lo interno, lo visible con lo esencial. En pocas palabras, la Tzadik es lo que da raíz, sustancia, verdad. Es la declaración más directa: más esencia, menos apariencia.

Sin la Tzadik, todo lo que tienes es YAVAN: líneas que caen, belleza que deslumbra, pero que carece de base. TZION, en cambio, introduce juicio (tzedek). Y no el juicio que aplasta o condena, sino el juicio que ordena, que da estructura. Porque para que algo tenga esencia, para que sea más que un adorno vacío, necesita raíz, necesita propósito. Sin eso, cualquier luz, por brillante que sea, no calienta ni transforma.

La Tzadik en TZION no solo cambia la palabra; le da vida. En la Kabbalah, Yesod es el fundamento donde las cosas encuentran su propósito. Es lo que transforma la apariencia en impacto. No se trata solo de brillar para ser visto, sino de iluminar porque tienes algo que aportar. TZION es la luz que nace del juicio, de un equilibrio entre lo que mostramos y lo que somos realmente.


Piénsalo de esta manera: no basta con parecer fuerte, generoso, feliz. Eso es YAVAN, la luz que solo sirve para adornar. TZION, con su Tzadik, nos recuerda que todo lo que hacemos necesita fundamento. Necesita conectar lo externo con algo más grande, más real. Porque sin esa esencia, sin ese juicio que da estructura, cualquier apariencia se desmorona con el tiempo.

La Tzadik nos enseña que lo importante no es cuánto brillas, sino cuánto sostienes. ¿Qué queda cuando todo lo superficial desaparece? ¿Hay una raíz que sostenga tu luz? TZION nos desafía a vivir con propósito, a construir desde adentro, a dejar de depender de lo que otros ven y empezar a enfocarnos en lo que realmente somos. Porque lo que importa no es lo bonito que pareces, sino lo sólido que eres.

En pocas palabras, TZION nos recuerda lo que dice esa caja de kleenex: más esencia, menos apariencia.


Esto no es una metáfora vacía. Grecia, el corazón de YAVAN, construyó un mundo que veneraba lo visible. Sus templos, sus cuerpos, sus filosofías: todo buscaba perfección externa. Pero esa luz, como un foco LED, aunque brillante, no calienta. No transforma. La Kabbalah nos dice que YAVAN encarna Hod sin Netzaj, un esplendor/bellesa pero desequilibrada. Es luz que existe por sí misma, sin propósito, sin dirección.

Y aquí está el dilema: YAVAN siempre parece suficiente. Su brillo externo seduce. Pero, ¿qué pasa cuando la luz se apaga? ¿Qué queda cuando el deslumbramiento se disuelve? Todos, en algún momento, hemos caído en esa trampa. Y en ese contexto entra la lucha de TZION.


La transformación de YAVAN a TZION

TZION (צִיּוֹן) también es una palabra que cautiva, pero hay una diferencia fundamental. Sus letras incluyen la Tzadik (צ), una curva que eleva, que introduce conexión. La Tzadik es el justo, el puente entre lo terrenal y lo divino. Representa el equilibrio que YAVAN no podía alcanzar. En TZION, la luz no solo brilla; calienta. No solo deslumbra; guía. Es una luz que no solo muestra el camino, sino que transforma todo lo que toca.

Según la Kabbalah, TZION es Yesod, el fundamento que conecta Tiferet (la belleza interior equilibrada) con Maljut (la manifestación práctica). TZION nos invita a vivir de una manera diferente: con una luz que no está ahí para ser admirada, sino para servir.


El viaje de Yosef: De YAVAN a TZION


Yosef comienza su vida atrapado en YAVAN. Rashi describe cómo "se peinaba y arreglaba su cabello para verse atractivo" (Génesis 37:2). Era un joven atrapado en la superficialidad, un soñador cuya luz brillaba solo para él mismo. Su túnica de colores era el símbolo de su privilegio, su conexión externa con un estatus que no había ganado. Pero esa luz no podía sostenerse. Sus hermanos lo vendieron, lo despojaron de su túnica, y lo arrojaron a un pozo vacío. Yosef cayó, literalmente y metafóricamente.

En Egipto, Yosef intentó reconstruirse. Pero Rashi señala que volvió a sus viejos patrones, embelleciéndose en la casa de Potifar (Génesis 39:6). Esa búsqueda de luz externa lo llevó nuevamente a la oscuridad: la prisión. Una vez más, Yosef se enfrentó a su caída. Pero esta vez, algo cambió.

En prisión, Yosef comenzó a ver lo que antes no veía. Cuando notó los rostros caídos de los ministros del pan y del vino, preguntó:

"¿Por qué están tristes hoy?" (Génesis 40:7).

Fue un momento pequeño, pero crucial. Yosef dejó de mirar solo hacia sí mismo y empezó a conectar. Este fue el inicio de su transformación. Yosef comenzó a captar señales, a interpretar más allá de lo visible. Pasó de ser YAVAN a ser TZION. Su luz, que antes solo brillaba, ahora empezaba a calentar.

Cuando finalmente emergió como Tzafnat Paneaj, gobernador de Egipto, Yosef era un hombre nuevo. Aunque llevaba un nombre egipcio y vivía en un entorno ajeno, no perdió sus raíces. Esto se ve en los nombres de sus hijos. Menashé, "Dios me ha hecho olvidar mi sufrimiento y la casa de mi padre" (Génesis 41:51), reflejaba su reconciliación con el pasado. Efraín, "Dios me ha hecho fructificar en la tierra de mi aflicción" (Génesis 41:52), mostraba cómo había transformado su dolor en propósito. Yosef había integrado su luz externa con su profundidad interna. Había encontrado el equilibrio de TZION.


La luz de Janucá: Un símbolo eterno de transformación


La historia de Janucá no es solo un milagro que celebramos; es un arquetipo de lucha, resistencia y redención. La luz, en su esencia más pura, simboliza la conexión con algo más grande que nosotros mismos. Es la chispa divina que habita en todo ser humano, la que nos diferencia de vivir solo en la superficie y nos permite trascender. Los griegos intentaron imponer una cultura de luz fría, una luz que deslumbrara pero no conectara, que existiera para ser admirada, pero que careciera de profundidad y propósito. Querían una menorá vacía de alma, un símbolo hueco. Pero los Macabeos defendieron algo más grande: la luz que da vida, la que guía en la oscuridad, la que transforma.

El aceite en la menorá no es solo un recurso físico; es un arquetipo del esfuerzo humano por preservar lo puro, lo auténtico. Es la representación de esa parte esencial que todos tenemos, esa chispa que, aunque escondida bajo capas de caos, nunca se apaga. El aceite es la energía espiritual que alimenta nuestras acciones, que nos recuerda que incluso cuando todo parece perdido, lo que queda, aunque pequeño, puede encender algo eterno.

La menorá, entonces, no es solo un objeto ritual. Es un espejo de nuestra alma. Cada una de sus velas representa una dimensión de nuestra esencia, un nivel que debemos encender para alcanzar el equilibrio. Es el arquetipo de la conexión entre lo terrenal y lo divino, entre la fragilidad humana y la fuerza espiritual. Encender la menorá es una declaración de fe: no importa cuán pequeña sea la chispa, si tiene propósito y sustancia, puede iluminar incluso las sombras más densas. Y esto no es solo un concepto místico; lo vimos en el Holocausto, en guerras, en tiempos de crisis donde, contra toda lógica, esa chispa permitió a las personas resistir, levantarse y transformar.

La luz como propósito y esencia


La luz de Janucá no se trata de cantidad; se trata de calidad. No se trata de cuánto brilla, sino de cómo transforma. Nos invita a reflexionar sobre nuestra propia luz: ¿es un adorno que mostramos para ser vistos, o es una llama que nace de nuestra esencia? Esa es la verdadera batalla de Janucá, la que ocurre dentro de cada uno de nosotros.

Y aquí es donde Janucá y Yosef se encuentran. Ambos nos enseñan que no importa cuántas veces caigamos, lo que importa es lo que hacemos con esas caídas. Yosef repitió patrones, tropezó con sus sombras, pero al final integró las lecciones, conectando su luz externa con su esencia interna. Janucá nos recuerda que incluso la luz más pequeña puede transformar, siempre que tenga fundamento, siempre que esté arraigada en lo real.

La menorá, la luz, el aceite, no son solo símbolos. Son mapas para entender quiénes somos. Nos desafían a mirar nuestras vidas y preguntarnos: ¿estamos viviendo desde lo superficial, desde la luz que otros quieren ver, o estamos encendiendo algo auténtico? TZION, con su Tzadik, nos invita a vivir como Yosef al final de su viaje: conectados por dentro y por fuera, equilibrados entre lo que mostramos y lo que somos.


El Tzadik: Una luz que enraíza en lo real

El Malbim describe al Tzadik de manera increible:

Mientras que el mal no tiene raíces en la realidad, el justo es el enfoque más concentrado de lo verdadero. Su esencia no se desvanece porque está profundamente arraigada en lo real, en el “ser.” Lo que el Tzadik es, lo que crea y lo que aporta al mundo, no puede morir.

En otras palabras, el Tzadik vive en lo eterno porque su luz no es superficial. Su luz transforma.

Esto es precisamente lo que vemos en Yosef. Su historia no es solo la de un soñador que se convierte en líder. Es la de un hombre que aprende a conectar su luz externa con una raíz interna sólida. Yosef se convierte en un Tzadik porque deja de enfocarse en lo que falta o en lo que lo traicionó, y comienza a ver lo bueno en lo que lo rodea. Desde el rostro caído de los ministros en prisión hasta el propósito divino detrás de los sueños del faraón, Yosef elige enfocar su mirada en las señales de redención que otros no podían ver.


Fijarse en lo bueno: El Tzadik como espejo de bondad


Aquí es donde entra nuestra propia historia. ¿Cuántas veces hemos caído en la tentación de ver solo lo negativo? Tal vez hemos admirado a alguien, un maestro, un amigo, un lider espiritual, solo para descubrir que también tiene fallas humanas. ¿Cuántas veces hemos desacreditado todo lo que alguien nos enseñó solo porque nos decepcionó? Lo fácil es descartar. Lo difícil es aprender.

Recuerdo una ocasión en la que admiraba profundamente a una persona que, con el tiempo, cayó de mis ojos. Me dolió tanto que me perdí en mi decepción. En lugar de reconocer sus méritos, decidí rechazar todo lo que representaba. Pero con el tiempo, entendí que el que estaba equivocado era yo. El Tzadik no se enfoca en lo que falta; se enfoca en lo que está ahí, en lo bueno, en lo que puede construir.

Esto también lo vemos en Yosef. Cuando su vida parecía un desastre, en el pozo frente a sus hermanos, en la caravana de ishmaelitas, no se aferró a lo negativo. En prisión, pudo haber maldecido a sus hermanos, al sistema, a Dios. Pero no lo hizo. En cambio, interpretó los sueños de los ministros. Conectó con su sufrimiento. Y cuando finalmente llegó a la cima en Egipto, no perdió su esencia. Nombró a sus hijos con significado profundo, declarando que incluso en la tierra de su aflicción, podía tener exito. (Génesis 41:51-52).



La conexión entre el Tzadik y Janucá

Janucá nos enseña que no se trata de cantidad, ruido o tamaño. Los Macabeos no se enfocaron en lo que no tenían. No dejaron que las ruinas del Beit Hamikdash definieran su destino. Vieron un pequeño frasco de aceite, apenas suficiente para un día, y en lugar de lamentar la escasez, eligieron encenderlo. Ese acto, tan silencioso, cambió la historia. Porque la luz verdadera no necesita gritar para transformar. Esa es la fuerza del Tzadik: reconocer que, aunque la oscuridad sea ruidosa, siempre hay una chispa capaz de iluminar.

Facundo Cabral decía:

“Una bomba hace más ruido que una caricia, pero por cada bomba que destruye, hay millones de caricias que construyen la vida.”

Así es la luz del Tzadik, así es Janucá. Los actos pequeños, los gestos simples, las chispas humildes que no buscan protagonismo, son las que realmente sostienen el mundo. Mientras las bombas se desvanecen con el eco de su explosión, las caricias permanecen, construyendo raíces profundas que ningún estruendo puede destruir.


Construir con tu luz


El viaje de YAVAN a TZION no es solo un cambio de dirección; es un acto de transformación. Es tomar lo que deslumbra y añadirle sustancia, propósito. Es darle a la belleza superficial un fundamento que la sostenga. Añadir la Tzadik a YAVAN no es fácil: requiere juicio, equilibrio y profundidad. Requiere dejar de buscar el brillo y empezar a construir luz que transforme.

Este Janucá, al encender cada vela, recuerda que tu luz no necesita ser ruidosa para ser poderosa. Tus actos, por pequeños que parezcan, tienen el poder de transformar. Una caricia construye más que cualquier explosión, y cada vela que enciendes es una declaración: aún en la oscuridad más profunda, siempre hay algo que puede brillar.

Como el aceite en la menorá, como la chispa en tu alma, como TZION en medio de YAVAN. Es ahí, al añadir la Tzadik, donde encuentras el equilibrio. Donde la belleza externa se convierte en una luz interna que conecta lo terrenal con lo divino, lo superficial con lo eterno, lo pasajero con lo trascendente. Ahí es donde la luz deja de ser un adorno y se convierte en un faro de vida.


 


Bibliografía y Referencias


  • Talmud, Masejet Meguilá 8b: Referencia sobre el uso del idioma griego para escribir un Sefer Torá y su conexión con la idea de Or Makif (luz circundante).

  • Rashi, Comentario sobre Génesis 37:2 y 39:6

    • Explicaciones sobre Yosef arreglándose el cabello y preocupándose por su apariencia, marcando sus patrones iniciales de superficialidad.

  • Malbim sobre el Tzadik y su conexión con la realidad

    • Descripción del Tzadik como profundamente enraizado en lo real, en contraste con la fragilidad de lo superficial.

  • Facundo Cabral, Frase sobre la caricia y la bomba

    • Inspiración para conectar el poder transformador de los pequeños actos frente al impacto destructivo de lo ruidoso.

  • Historia de Janucá y los Macabeos

    • Relato de la resistencia contra la helenización y el milagro del aceite que ardió durante ocho días.

  • R. Matis Weinberg, Pautas en el Tiempo: Janucá. Editorial Onkelos, 2004

    • Perspectivas profundas sobre Janucá y sus arquetipos espirituales, incluyendo la lucha entre luz superficial y luz transformadora.

Torá

  1. Génesis 37:2

    • Yosef cuidando su apariencia al inicio de su vida, reflejando su enfoque en lo externo.

  2. Génesis 40:7

    • Yosef interpretando los sueños de los ministros en prisión, mostrando su transición hacia la conexión interna.

  3. Génesis 41:51-52

    • Nombres de los hijos de Yosef (Menashé y Efraín) como símbolo de reconciliación y propósito.

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