Las montañas respiran en silencio, pero no están quietas. Desde sus entrañas, un río  desciende como un suspiro ardiente, cruzando la densa vegetación para recordarnos que la tierra también sangra, también ama, también grita. Esta obra plasma un instante eterno: la comunión entre lo salvaje y lo sagrado. Es un altar natural, donde el espectador es testigo de un secreto que el mundo ha susurrado desde el principio de los tiempos: que la belleza siempre nace del contraste entre la calma y la fuerza.